5 de septiembre de 2012

La leyenda del pan y la sal

            Era una mañana como otra cualquiera en la corrala de vecinos. Manuel se afanaba en lavar su vieja y maltrecha cara por la miseria. El trabajo afanoso y mal pagado en el muelle, una hoja de afeitar heredada de su padre, el cual solo le dejo eso, y un viejo reloj que camina y ya sabía solo dónde estaba el empeño del monte, que sólo recuperaba detrás de la Semana Santa, para volver desgraciadamente hasta allí cuando llegaba el período del amargo verano sin barcos en la dársena de la sal...


            Era la primavera de 1945. La hambruna en Sevilla no era noticia, sino como la crisis de hoy en día, una cosa más para llevar a la boca en vez de pan. ¡Qué triste el lamento del niño hambriento! Pero más triste es el lamento del padre. Aquella mañana, como otras tantas, no tenía nada de especial. Rafael lo había citado a las nueve de la mañana en la Plaza San Pedro. Extrañado Manuel, pero sin rechistar, llegó hasta allí encontrando a los maltrechos hombres que bajo sus hombros la noche anterior habían sacado el palio de Regla.




    ─ ¿Manuel, sabes qué pasa? ─ Le preguntó el «Avispado». Un peón del Barrio León que como su nombre indica, preguntaba bien pero nunca sabía cuando hacerlo.

    ─ No sé, Rafael lo dirá.


Rafael hombre con gesto serio y temple al igual, le explicó el tema a los allí presentes.

    ─ Sacamos ahora el palio de la Amargura que como sabéis se quedó el Domingo sin salir y la nómina ya se ha cobrado.

            No se hable más. Afanados hombres curtidos en batallas de carga y descarga pasearon como nunca a la Reina de San Juan de la Palma, cerrando su templo a las cuatro de la tarde. Y de allí, a la Plaza de los Carros.

    ─ ¿Rafael ahora Montensión?

    ─ ¿Manuel, tú quieres cobrar? ¿Quieres recuperar el reloj de tu padre?

    ─ Yo sí Rafael. Pero sin comer ni na…

    ─ Ya sabes. El bocadillo y pa dentro.


            Eran la una de la madrugada y los doce rosarios de los varales de plata venían como nunca se vieron venir. Suave la mecida, el andar cortito y en el barrio de la Feria no se hablaba de nada más. Sólo de cómo su Virgen del Rosario se paseaba una vez más. Entraron el palio en la madrugada del Viernes y al entrar Rafael les dijo ─ ¡Ea! Ahora nos vamos para el Gran Poder. ¡Y cuidadito con lo que se habla! Que a nadie se le ocurra decir que ustedes eran los de esta mañana en La Amargura.

            Y sacaron El Gran Poder. Y una vez dentro el palio del Mayor Dolor y Traspaso, se echaron a dormir por los portales de la vieja plaza, tascas medio abiertas y bullas de gentes que iban o venían de ver a la Macarena. Qué despertar más amargo teniendo a las cuatro de la tarde que sacar La Carretería, donde Rafael igualaba a sus ratones de palio en el barco para que saliera mejor por aquella puerta. Cuando entró La Carretería, la misma cuadrilla de Rafael Franco había sacado cuatro cofradías en menos de 40 horas. ¡Y sin relevos ni costaleros de refresco!


            Si un mito nace de la historia, quizás Manuel perteneció a ese mito. Su cuadrilla, cual falange espartana, luchó en la Sevilla del hambre y de la vergüenza. Quizás un día de estos se dé el justo valor, ahora que nos gusta ensalzar a héroes sin oficio ni beneficio. Sindicatos del pan en busca de la sal... Al fin y al cabo, leyenda...


José Luis Álvarez Gaitica

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