28 de abril de 2012

Tiempos de semblanza...

En un tiempo donde nos cuesta encontrar razones para preguntarnos si merece la pena esperar, algo pasó en esta pasada cuaresma que me llamó mucho la atención.  Quizás en otro tiempo no hubiera sido así.  En una noche fría de febrero, fría era como querer creer que el calor sofocante del Sahara es la pertinaz primavera que todos anhelábamos, así de fría era la noche, él miraba nervioso si aparecía aquel que le llevó a soñar con el día más deseado.  Pero no llegaba.  El minutero del reloj corría cual veloz idea por una red social, pero no el de las intensas y durísimas horas que caía como cera incombustible en un codal.

 
Llegaba más y más gente y entre abrazos, besos y saludos, la impaciente hora estaba al caer.  Y seguía buscando entre la gente el hilo de esperanza de ver a su escudero aparecer. Aquellos que depositan su confianza en Dios y le piden reiteradamente la oportunidad que se les niega una y otra vez, tienen más que nunca el deber de justificar su esperanza delante de aquellos que les piden cuentas. En ellos está el querer captar aquello que la esperanza de la fe tiene de específico para poder vivir. Si por definición, la esperanza apunta hacia el porvenir, para él la esperanza apuntaba al que tiene las manos amarradas y el semblante de cordero divino.   «La fuente de la esperanza está en Dios que sólo puede amar y que nos busca incansablemente».

Lee en una columna de la parroquia mientras retumba en su mente.  Y sigue sin ver al hacedor de su valentía en aquella noche de febrero. Es bueno seguir esperando, se repite una y otra vez. Su cabeza no va a más, sus pensamientos recorren todas las calles de la feligresía y él cada vez está más lejos. ¿Qué te impulsa a seguir aquí? ¿Quién te ha podido decir ante tu niñez que tienes un hueco reservado en la cuadrilla? Ante la inocencia de la niñez el semblante serio del hombre, tu rictus ya no es el que era al principio de la noche.  Ya los nervios no son los que te hacían reír en una mueca de satisfacción o del mismo nerviosismo. Ya no. Ya la hora esta aquí.  El listero se atrevió a llamar a todo aquel que pertenece al reino de Dios y sus entrañas divinas. Ahí está la fuente de la esperanza. Una nueva voz hace que le arda el corazón. ¡La cuadrilla del año pasado a la derecha!  ¡Los nuevos a la izquierda! Y mil preguntas te invaden la cabeza hasta el punto de no saber ni cuál es la derecha y la izquierda.  ¿Es bueno que me presente? ¿Y si no cambia nunca la historia? ¿Y si la suerte me abandona? ¿Dónde estará? Si, dilo fuerte y claro. ¿Dónde está el que te ponía buena cara y te decía que ya había hablado y que tú tenías un hueco?

Entonces, sean cuales sean las dificultades te armas de valor, ese valor que sólo a los dieciocho años te hace ser impulsivo, a los veinte osado, a los treinta constante y a los siguientes… A los siguientes es ver los toros desde una barrera.  Si el mundo tal y como lo vemos está tan lejos de la realidad, de una realidad que no está reñida en una situación definitiva. En su valentía esboza unas sílabas hablando al capataz. Yo diría que casi balbuceando que el Maestro incluso le hace el gesto de no entender aquellas leves palabras e inclina la cabeza para acercar su oído a las torpes palabras de aquel costalero novato. El semblante cambia de forma tajante ante las palabras casi esputadas de la boca del capataz: “No prometo nada.  Si hay hueco ya veremos”. Por cierto, ¿tú has trabajado alguna cofradía? Esa pregunta es para él como la estocada certera de Morante. Entre sollozos se encoje de hombros, le da la mano de nuevo y ya no no lo volví a ver más. Quizás, un año de estos, en un tiempo remoto lo reconozca y una vez más se cumpla el dicho y sea el que me releve debajo del Señor.

José Luis Álvarez Gaitica.

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